Felicidad,
medicina de salud mental.
Hoy queremos hablar sobre la “felicidad
como medicina de salud mental”. Del latín Felicitas. Empezaremos por
referirnos a aquellos filósofos que la estudiaron, definieron y nos mostraron
sus componentes. Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.) discípulo de Platón (427 a.C.-347 a.C.) fue
el primero en hablarnos de lo que llamamos felicidad. En su “Ética a Nicómaco” [1],
define la Eudaimonia como “obrar bien y llevar una vida virtuosa y ética”.
Hablamos de seguir la moral natural en
cuanto a obrar bien y en cuanto a vida virtuosa, se está refiriendo a un vivir de manera honesta,
camino que nos puede conducir a nuestra maduración y como miembros que vivimos
en sociedad, agrandar el bienestar de la misma. El vivir obrando bien y de
manera virtuosa nos hace ante los demás ser sujetos dignos de confianza y de
respeto, realidad que nos permite abrir puertas en cualquier ámbito de la
sociedad. Pero; ¿Cuáles son esos principios virtuosos que nos permiten alcanzar
tanto bien? En primer lugar, la integridad. Si queremos ser felices
debemos actuar coherentemente según nuestros principios y valores. Ser sinceros.
Ser honestos, justos, tratar al prójimo con equidad, compasivos y moderados.
Una vez concretados no basta con saberlos, el siguiente paso debe consistir
en ponerlos en práctica mediante la reflexión sobre cuanto hacemos, el control,
fomentar el valor de la empatía, humildad y seguir el ejemplo de arquetipos.
Marco Tulio Cicerón (106 a.C.-43
a.C.) introductor de las escuelas filosóficas helenas en la República romana,
orador, político y abogado, consideraba que son las virtudes la única
fuente de la felicidad. [2] Invitándonos a seguir la naturaleza congénita
en el hombre. Debemos aspirar a la perfección, que se corresponden con las
siguientes virtudes: sabiduría, justicia, valor y moderación. Como
podemos ver, constructos que engloban idénticos pensamientos, que nos recuerdan
la “ley natural”. El Decálogo.
Ya en el siglo primero,
el cordobés Lucio Anneo Séneca (4-65) al escribir su tratado “Sobre la felicidad” [3] nos decía “la felicidad no es más que el simple acuerdo
entre un ser y la existencia que lleva”. “te diré cuál es el verdadero placer y
de dónde viene: de la buena conciencia, de las rectas intenciones, de las
buenas acciones, del menosprecio de las cosas del azar, del aire placido y
lleno de seguridad, de la vida que siempre pisa el mismo camino. Al leerlo no podemos hacer otra cosa que
recordar tanto a Aristóteles como a Cicerón.
Para ir concretando, veamos como
la define nuestro DRAE en sus distintas acepciones: 1. Estado de grata satisfacción
espiritual y física. 2. Persona, situación, objeto o conjunto de
ellos que contribuyen a hacer feliz. 3. Ausencia de inconvenientes o tropiezos”. Cada vez que leo y releo estas
distintas acepciones de nuevo recuerdo el comentario anterior y concretamente
pienso en la paz interior, que a su vez me lleva a la frase que dijo Jesús a
sus discípulos: mi paz os dejo, mi paz os
doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga
miedo (Juan 14. 26-27) y luego añade “estas
cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación;
pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16.33). Jesús dio pautas y un
arquetipo a través de su persona y obra.
Así permaneció su
significado hasta el fin de la Edad Media en que hasta ese momento el
cristianismo mostraba los pasos, pasos en su esencia idénticos al Decálogo que
descendió Moisés del monte Sinaí, sumando el amor al prójimo. La felicidad
implicaba cumplir la Ley de Dios, creer, tener fe y misericordia, entre otros.
Cuando alguien los trasgredía, en todo momento era consciente, nadie se lo
tenía que recordar. Pero con la llegada de la nueva Edad surge la Modernidad y
el advenimiento del Renacimiento con sus características: la invención de la
imprenta, el fortalecimiento de la Burguesía, la Reforma de Lutero y la
Revolución Científica, creando por primera vez en occidente, un distanciamiento
entre el poder político y el religioso y entre la fe y la razón. Se inicio en
el siglo XV tras el descubrimiento de América que marco un cambio ontológico en
la forma de ver el mundo. A partir de
ese momento la ciencia y el individuo iban a prevalecer sobre las creencias
religiosas y tradiciones, hecho que afecto a la filosofía, ciencia, arte y
forma de vivir. Realidad que hizo dar una nueva percepción al constructo
felicidad. Ahora la felicidad no solo era cumplir lo dicho por Jesús. sino
que también implicaba un bienestar material y emocional.
Con la llegada del siglo
XX, en el pensamiento filosófico y teológico retoma importancia el pensamiento
que afirma que no existe verdades universalmente válidas. Toda afirmación
depende de conclusiones o contextos de la persona o grupo que la afirma. Regresa
el viejo Relativismo de los Sofistas cogiendo carta de naturaleza, creando
corrientes como el existencialismo, estructuralismo y nuevas concepciones de la
filosofía de la ciencia a través de Kuhn y Lakatos. Su gran exponente a día de
hoy es la posmodernidad, que defiende, el descentramiento de la autoridad
intelectual, científica y la desconfianza ante los grandes relatos que presenta
la sociedad. La verdad es relativa y está en función de la mayoría. La duda
calo en el alma de las gentes y la cristiandad empezó a llenarse de paganos
bautizados como decía Benedicto XVI.
Sobre esta actual modernidad,
el sociólogo Zygmunt Bauman (1925-2017), Premio Príncipe de Asturias de
Comunicación y Humanidades en el año 2010, en su libro “El arte de la vida” [4]
constata la actual creencia de que existe un vínculo entre la felicidad,
volumen y calidad de consumo, terminando por mostrar que esa búsqueda a través
del consumo nunca puede terminar, al ser los propios mercados los encargados de
perpetuarlo. Para ahondar en la confusión, el actual espíritu del tiempo (E.T.)
no deja de repetir que tenemos derecho a ser felices a la vez que difumina la
ley natural, y al unísono, mostrando como su sinónimo: el placer, hedonismo,
ser admirado y tener la suficiente solvencia económica. Ser permisivos en
cuento a las normas que consideramos morales. La modernidad ha conseguido
transformar nuestro concepto de felicidad en la búsqueda de bienestar material,
emocional y a la que debemos sumar lo manifestado por los entes
gubernamentales, dónde la consideran un derecho por el que luchar, siendo uno
de sus mayores compromisos ante la sociedad. Si iniciaron declarando bajo la
bandera del liberalismo y democracia, el principio de sociedad laica. Dejo de
ser penado, quitando todo poder ante un tribunal la palabra dada al igual que lo
tiene el adulterio. En cuanto a los abuelos, estos aparecen, junto con los
hijos, en muchos Servicios Sociales en la categoría de “cargas familiares”. No
importa, son una carga, pero la sociedad luchara para asumirlos, facilitando de
esa manera la felicidad al ciudadano. La mentira empieza a aparecer como un
concepto relativo, hasta tal punto que en la investigación llevada a cabo por
el Dr. Robert S. Feldman. [5]
Psicólogo de la Facultad de Ciencias Sociales y del Comportamiento en la
Universidad de Massachusetts, sobre la mentira, pudo constatar que, si la mentira está enraizada en nuestra sociedad, se debe
fundamentalmente a que aprender a mentir forma parte del proceso de
socialización infantil. La mentira es parte de nuestras vidas. El engaño un
mecanismo decisivo para que la sociedad funcione adecuadamente. En la
investigación llevada a cabo por la Dra. Bella De Paulo [6] sobre el estudio
centrado en la mentira piadosa, pudo confirmar que por término medio mentimos
al 35% de las personas. El robar, requiere una definición y pocos sienten culpa
ante un error de la cajera en el supermercado. Desear la mujer del prójimo
forma parte de la libertad de cada sujeto, máxime cuando se obtiene felicidad al
ser correspondido, y en cuanto a los bienes ajenos, estos demandan una matización,
un sujeto puede tener el bien de una casa que no utiliza, pero si una persona
la necesita, el ocuparla en un principio será licito, y requerirá de un juez el
dictamen, como actualmente ocurre en países como México y España.
En definitiva, la felicidad junto con la libertad son derechos de todo
sujeto, a la vez que para su explicación nadie los concreta. Hasta la Edad
Media. la manifestación de la felicidad era la paz, el equilibrio, y la
libertad la herramienta necesaria para llevar a cabo la responsabilidad
deseada. Las cuentas claras y el chocolate espeso, frase de la vieja Castilla. Y
es que la libertad no tiene nada que ver con permisividad e irresponsabilidad, con
hacer lo que a uno le guste en un momento dado, ahora con el agravante de ser
permitido por ley, como es el caso del aborto, cambiar de esposa, abandonar
hijos y abuelos. Olvidan que la libertad es solo para asumir responsabilidades,
entrega, servicio. Si no hay responsabilidades ¿Para que la libertad? Se
escucha en esta sociedad, “a mayor libertad, mayor soledad”, sabiendo que, si
hay soledad en el ocaso de los años, fue por la mucha irresponsabilidad. Y esta
es la realidad de hoy, una sociedad con una alta desorientación, un no saber si
se obró bien o mal al tener olvidado el Decálogo a la vez que la Ley natural a
modo de Pepito Grillo insiste y nos hace recordar. Es por ello que las
librerías están repletas de libros de autoayuda y en la calle: incremento de
suicidios, divorcios, alcoholismo, agresiones y depresión. La Organización Mundial
de la Salud la ha catalogado como una epidemia mundial. Y es que las personas no son
felices. No tiene paz.
El relativismo ha
impregnado nuestra cultura, pensamiento y como consecuencia; nuestra forma de
responder ante cualquier pregunta existencial. De la verdad, de lo que es bueno
y nos conviene se encarga la Ley. La religión con su moral y mandamientos ha
quedado relegada. La honestidad es difícil definirla y la moral requiere que
nos la expliquen. Vivimos en un principio de caos. De nuevo querernos referirnos
al filósofo Zygmunt Bauman, autor de la modernidad liquida [7] del hombre
líquido moderno que cambia ante el menor contratiempo, se evade en nombre de la
libertad que le proporcionan las leyes. Bauman profetizó que de no volver a la
“verdad” a la “Ley natural”, a ese Decálogo que si preguntamos por la calle
pocos recuerdan, tanto las enfermedades mentales como la depresión se
dispararían. La felicidad está marcada por lo placentero y el
consumo. No importa el daño que puedas causar a otros, lo importante es que te
guste, te satisfaga; que seas “feliz”, olvidando que para alcanzar la felicidad el ser
humano tiene que estar en posesión -entre otras- de dos elementos
fundamentales: autoestima y amor. Es decir, trabajo, metas y entrega. Solo a
través de la entrega nace la empatía con su correspondiente descarga al
torrente sanguíneo de oxitocina como bien explica la Paleontología, y que el
humano al sentirlo dice ¡Cómo me reconforta lo que hago! resultado de la pura
descarga hormonal. La paz se adquiere sirviendo, dando, amando. No hay más que contemplar
a la naturaleza para comprenderlo, miremos a los árboles frutales, cuando no se
le recogen sus frutos; enferman, se transforman en arbustos, se secan. Solo los
milenarios resisten a la desidia humana.
La felicidad es amar, es reconocimiento, entrega, empatia. Es
asumir una misión en este mundo, e insisto; arrogarse una responsabilidad. Solo
vale quien sirve. Ejerciendo la responsabilidad descubrimos que somos libres.
Una libertad que no sea para adquirir responsabilidades; es fraude. La libertad
nada tiene que ver con hacer lo que me de la gana, muy propio del Relativismo.
La libertad
es para poder hacer lo que debemos. A veces pienso que estamos determinados.
Una vez expuesto el
camino que nos puede conducir a la felicidad, a la paz, y teniendo en cuenta
que entendemos por Salud Mental, al conjunto compuesto por nuestro bienestar
emocional, psicológico y social, es contundente afirmar que sin poseer
felicidad alcanzar este estado es difícil.
Por último, y pensando en
padres y educadores, recordarles que todo niño nace genio. No permitamos que el
tiempo los vuelva vulgares.
Bibliografía
1. Aristóteles,
(2014) Ética a Nicómaco. Editorial
Gredos. Madrid.
3. Seneca,
L.A. (2013) Sobre la felicidad.
Alianza Editorial. Madrid.
4. Bauman,
Z, (2017) El arte de la vida. Ediciones Paidós. Barcelona.
6.
DePaulo, BM,
Kashy, DA, Kirkendol, SE, Wyer, MM y Epstein, JA (1996). Mentir en la vida
cotidiana. Revista de personalidad y psicología social, 70 (5), 979–995.
7.
Bauman, Z, (2003) Modernidad liquida. Fondo de cultura
económica de España. Madrid.
Ramón Morcillo López PhD.
Doctor
en Psicología.
Colegiado
CV 06.004

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